20 de enero de 2010

¿Celebrar? ¿Qué? ¿Qué podríamos “celebrar” los mexicanos? ¿Los doscientos años de la liberación del yugo español? ¡Los cien años de la revolución “social” de 1910? La respuesta, queridas amigas zapatistas, es contundente: ahora sufrimos ya no sólo el yugo español, sino el yugo de muchos gringos, el yugo de los banqueros, el yugo de los capitalistas, el yugo de los empresarios, el yugo de los terratenientes, el yugo de los criminales, el yugo de los explotadores, el yugo de los jueces vendidos, el yugo de policías corruptos, el yugo de todos los países que aquí asientan sus reales y que obtienen miles de millones de pesos para engordar sus bolsillos. De manera que, ante esa realidad que nosotros la canalla, el popolo, el pueblo, la raza, los paisas, los ñeros, los cuates, los indígenas, los obreros, los campesinos, sufrimos en las espaldas y en los bolsillos y en la dignidad y en el honor, ante esa brutal realidad, digo, ¿qué diantres podemos celebrar? Nada. Nada. Ahora con el calderonato, toda la clase trabajadora, todos los de abajo, tenemos los mismos motivos por los que levantaron su voz, sus armas, sus argumentos, su ira, los revolucionarios de hace cien años. Están presentes la desigualdad social, el reparto inequitativo de la riqueza, la venta del país al mejor postor, la pérdida de la soberanía, la abierta participación de la Iglesia católica en los asuntos de la república, la represión contra los luchadores sociales, la cárcel para la clase trabajadora, el abandono gubernamental al Ejido, la venta de las propiedades de la nación, le entrega de ríos, mares, aguas, minas, petróleo, luz, gas a explotadores comerciales. ¿Celebrar? ¡Qué? Llorar, rabiar, es lo que nos queda a los que seguimos siendo mexicanos explotados y ninguneados. Ante esa horrible realidad y antes de que me maten en un retén calderonista, antes de que me corran del trabajo, antes de que sea víctima de un mochaorejas y de que el honorable juez, coludido con el señor del Ministerio me castiguen a mí y dejen libre al criminal, antes que eso ocurra, permítame, honorable amiga no pripanista, y dado que no tengo otra alternativa, que la de ir con María, caer en sus brazos, gozar sus besos y sus ojos, y tomarme con ella unos tequilas y comerme unas rebanadas de queso Cotija. Sí, mientras el pueblo no diga ¡Ya basta! Las cosas seguirán peor que endenantes. Vale. Abur.

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