CARLOS BRACHO: ROSTROS DE LA ESCRITURA
No recordaré lo que ya casi todos sabemos: Que Carlos Bracho es una estrella del cine, el teatro y la televisión de México. Pero si diré lo que la mayoría ignora: Que allá en sus mocedades Carlos participó en el famoso Taller Literario bajo la tutela del maestro Juan José Arreola, al lado de jóvenes que hoy están convertidos en reconocidos escritores de la literatura mexicana: Elsa Cross, Alejandro Aura, José Agustín, Gerardo de la Torre, René Avilés Fabila, Jorge Arturo Ojeda, entre otros. De ahí que nadie se sorprenda porque también es poeta, cuentista, novelista, guionista, director de teatro, editorialista político. Y por si todo esto fuera poco, hace tiempo se dio a conocer como fotógrafo. Hoy nos presenta una exposición de imágenes suyas sobre escritores mexicanos con el nombre de Rostros de la escritura; además, por su cercanía con la pinturaha dirigido en dos ocasiones el otrora famoso “Salón de la Plástica Mexicana”.
Cuando mi generación era joven se comentaba en voz alta, con un poco de malicia, que en aquellos tiempos se abría una alcantarilla y aparecía un poeta; años después esa frase se convirtió en que se abría una alcantarilla y aparecía un pintor; en los tiempos modernos se dice sin ningún rubor que cuando se abre una alcantarilla aparece un fotógrafo –con la telefonía celular y las nuevas cámaras, cualquiera es fotógrafo. Carlos Bracho no pertenece a esta categoría. Él desde hace tiempo asumió esta disciplina con la pasión y el profesionalismo necesario para trascender en ella. En esas anda.
En Rostros de la escritura no se trata nada más de contemplar las fotografías de un escritor porque todas tienen –unas más , otras menos- una recepción personal, es cierto, de la mirada escrutadora de Bracho sobre los personajes seleccionados, pero como un hombre de teatro acostumbrado a analizar a sus protagonistas, quiero aventurar que ha tenido tiempo, el que sea, para valorar con la meticulosidad debida, la figura, el rostro, la proyección, los movimientos y, sobre todo, el sentido anímico característico de cada uno de ellos. A Carlos Bracho no le importa lo que llaman “el mejor ángulo” del escritor –o del personaje que sea- sino el que ha descubierto después de una penetrante observación, o a veces cuando le basta una sola mirada para apresarlo a satisfacción.
Si el público ha tenido la oportunidad de conocer –o tratar- a algunos de los escritores fotografiados, podrá comparar una imagen con la otra –aunque sea dentro de su memoria-; si el espectador no conoce al escritor, entonces podrá echar a volar su imaginación y conocerlo de primera mano. Por último debo decir que Carlos Bracho está muy lejos del glamour que a veces rodea a los escritores, pero está muy cerca –lo digo yo que conozco en persona a todos los convocados en esta muestra- de la personalidad natural de cada uno de ellos.
DIONICIO MORALES