Esa tarde María, la bella mujer nativa de Xochimilco, y que atiende a los parroquianos que asistimos a Mi Oficina para encontrar allí un remanso de paz, para tener allí un encuentro con los paisas que han sido despedidos de sus trabajos, producto de la política del señor que despacha en Los Pinos y que en su campaña política se decía el presidente del empleo. Sí, allí en ese sitio maquiavélicamente democrático y al calor de las cubas y de los tequilas, con el queso Cotija colocado en tiras alrededor del molcajete con guacamole y con las tortillas de maíz morado, calientitas y listas para llevarlas a la boca, y si el hambre acosa –que es lo normal en este país en donde los de arriba, los capitalistas, los diputados, los senadores, los gobers, comen en serio, comen en restaurantes de cinco estrellas, piden vinos de reyes, y duermen –como el tristemente célebre señor de las botas- en sábanas de lujo y almohadas principescas, y a sus perros loas alimentas con filetes que ya los quisieran miles de familias mexicas para mitigar el hambre al que los panistas las han sumido. Y luego, después de dos o tres tragos del tequilín, y luego de unos tacos con el queso Cotija de antología y unos chilitos toreados que hacen que el calor llegue no sólo al cuerpo, sino al alma, poner en la rocola a Gardel y con sus tangos seguir recordando la traidora y siniestra política exterior del señor que habita en Los Pinos, y que representa una vergüenza –que no tienen, claro- republicana y una vuelta de espalda a la tradición hospitalaria de esta nuestra sufrida Mexicalpan de las Ingratas. Sí, las mentiras oficiales, los vanos discursos con los que gobierna el actual presidente, nos llevan, a los clientes de María –oiga usted, paisano qué mujer, qué ojos, qué muslos…- a pedirle más volumen a la rocola y decirle que nos traiga más copas para mitigar el dolor y ocultar un poco la pena que nos da el espectáculo deprimente de las campañas de los polacos mexicas. Sí, mientras esas campañas cuestan millones y millones y millones de pesos, los mineros, los campesinos, el pueblo, deben pensar seriamente en decir ¡Basta! Digo, ¿no? Vale. Abur