Cuánta razón tiene la gente de mi rancho al decir que cae más pronto un hablador que un cojo y que por la boca muere el pez. Sí, mire usted amiga no panista, resulta que los temibles azules, sí, esos y esas que se dicen muy decentes y que tanto criticaban a los priyistas porque estos saltaban de un puesto a otro, con singular alegría, y sin respetar la jerarquía de una república democrática. Los horrendos panistas se morían de la rabia al señalar que un diputado saltaba como saltimbanqui y como corredor de vallas de una secretaría a otra y con la gravedad de que el dicho señor saltador, por ejemplo, era ingeniero civil y a donde el presidente en turno lo enviaba era a la secretaría de pesca, y que además, el fulano favorecido, no había salido nunca al mar y tampoco conocía los ríos y lagunas mexicas. Y los siniestros azules se daban gusto lanzando burlas e improperios contra el dedo designador. Y claro en sus campañas políticas los irredentos azules prometían el oro y el moro, decían que ellos amaban a la familia mexica, que amaban a su país y que lo librarían, de llegar al poder, de las mafias priístas. Y ¡zacatelas! que se trepan a la silla grande y ¡oh! decepción, ¡oh cruel desengaño! Ya dueños y señores del poder empezaron a actuar como lo que son –en mi pueblo Colotlán, les dicen que son políticos ratoneros- seres que aman el dinero, las canonjías y las prebendas, y que hacen y deshacen las leyes para favorecer sus más negros intereses, intereses que no son los de la Nación, que quede claro. Y hoy, la realidad nos oprime el cogote, nos hiela el alma, nos quitan el tapete, nos decepcionan a más no poder. Sí, mírenlos ustedes, lectoras insumisas, se van de un puesto a otro y lo hacen con todo el cinismo de que son capaces. El que habita en Los Pinos ni suda ni abochorna y mueve su gente pa´rriba y pa´bajo, y mire nomás el estado lamentable en el que están dejando a este nuestro Mexicalpan de las Ingrata. Sí, los y las azules resultaron peores que los que ellos criticaban. Así las cosas no me queda más remedio que curar mis penas con unos tequilas y con unas canciones de José Alfredo. Y para el hambre y sed de justicias que arrecia en la población, a pesar de soldados y cuicos para reprimir las voces de libertad y justicia, dos tragos de licor me calman un poco y me dan ánimos para salir luego con María. Digo ¿No? Vale. Abur.