llegó la primavera, llegó el calor sabroso, llegó el tiempo del amor, llegó el tiempo de las mariposas y de los colibríes; arribó la floración de los campos y las mieses pronto estarán a punto. Los pájaros cantan y le dicen a los cuatro vientos que ha llegado la hora de la felicidad y de la abundancia, del sol que brilla y con sus rayos calientes desea que la tierra viva placentera esta estación de belleza y concordia natural. Y yo digo, amigas insumisas, que ojalá los políticos de este nuestro Mexicalpan de las Ingratas –empezando por el que despacha en Los Pinos- observen su entorno natural, que vean cómo la naturaleza y sus hijos –la flora y la fauna- se hermanan y entonan un canto coral que conmueve hasta las piedras más rotundas y más sordas. Y sordos son los senadores y diputados que no ven más allá de los límites cortos de sus intereses personales y de grupo. Sí, dichos señores y dichas señoras, esos que están encarambados en sus curules y no ven los aumentos a la luz, al gas, a la gasolina, al diesel, a los huevos –de los que le sobraban a don Benito Juárez- , a los jitomates y al predial, no, no los ven y tampoco los sienten, pues sus dineros que ganan en forma siniestra y cínica los ha llevado a las alturas doradas de los clase en el poder. Pero, basta, sí, ya basta de quejas, quejas que no serán escuchadas jamás por tan insensibles seres, y mejor, y los invito, amigos juaristas, a que calmen sus dolores republicanos, a que “agarren” ánimos para soportar el régimen de tintes fascistas como el presente, y que junto conmigo nos metamos a Mi Oficina y allí, al libar, al cantar, al estar a tono con los cantos de las flores y de las abejas y de los jilgueros las penas se nos olviden un poco. Yo, por lo pronto llegaré y miraré con amor a María, le pediré que ponga en la rocola a Chente con canciones de José Alfredo, que me ponga la primera ringlera de tequilines y que en el molcajete estén los guacamoles, los chilitos verdes, los quesos de Cotija y al lado las preciosas y deliciosas tortillas de máiz azul. Y que para el terror que me produce la cara del que despacha en Los Pinos, me lleve un caldito de habas con unas gotas de aceite de oliva y otras de vinagre y para terminar un molito negro con muslo de guajolote. Y a María le diré que esa noche la llevaré conmigo a observar la luna y las estrellas y luego…Digo ¿No? Vale. Abur.