Esa tarde de lluvia, María, me atendió como nunca. Se esmeró tanto en atenderme, en servir aquellos platillos y en poner los caballitos de tequila rebosantes, plenos y lujurientos. Cuando me empujé el primer caballito, la sorprendí mirándome con cierta ternura, con cierto amor. Claro que yo pensé que esa noche tendría que pasar por ella, y para agradecerle su compañía, su sonrisa de madona, su andar que me produce temblores ancestrales y sus ojos plenos de luz y encanto, esa noche, digo, pasaría por ella y le “pagaría” a mi bella amiga todos sus anhelos. Pero, luego pensé que a lo mejor ella veía en mi cara un algo que la hizo tratarme así. Total, no aguanté la duda, y me fui al baño a verme la cara que yo traía. Y ante el espejo del baño de Mi Oficina, constaté que mi rostro estaba demacrado, se veía acabado, una furia interna asomaba en la comisura de los labios, los ojos estaban enrojecidos. ¡Ergo! Al llegar a mi mesa María notó de inmediato tales desfiguros y por ello había tenido hacia mí tales cuidados lisonjeros. Al sentir el calor de María, al tomar el primer caballito de tequila blanco, el calor, y el color volvía a mi rostro. Y ¿porqué llegué en ese estado? Me pregunté. Rápido hice un recuento de lo sucedido en el transcurso de esa mañana. Y mis retortijones y la cara de sargento mal pagado que me inundaba era porque había leído que los soldados ahora están en todas partes, te detienen, te amagan, te esculcan, te miran como si fueras el “Chapo”, y no detienen, ni por asomo a los montieles, a los sahagunes, a los creeles, a los bribiescas, y ni mucho menos tocan a los cínicos funcionarios calderonistas que se aumentan los dineros –de por sí criminales- a niveles vergonzantes. Y los ifes, y los jueces y los servidores públicos ganando millones y millones, y poniéndose en sus bolsillos bonos, gastos de viaje, gastos de gasolina, gastos de eso y gastos de lo de más allá. Sí, amigas insumisas, eso me tenía con agruras y con la cara con la que María me vio esa tarde. Y yo creo que usted, lector zapatista, traerá la misma cara que yo tenía esa tarde, porque este estado de cosas –los soldados dueños de la república, como en los peores tiempos del tal Pinochet-, por el saqueo a los dineros de la nación y el fascismo reinante, obliga a que la cara se desfigure, ¿No? Lo malo es que usted no tiene a María para consolarse…yo sí la tengo…Digo, ¿No? Vale. Abur.