El otro día, y estando en Mi Oficina y atendido de maravilla por María y que ella me había puesto en la mesa una rica ringlera de caballitos de tequila blanco y con un molcajete que tenía un guacamole y unos chilitos toreados y queso fresco y tortillas recién salidas del comal; yo pensaba, divagaba, le buscaba la cuadratura al círculo y creía en la inmortalidad del cangrejo. Volvía a la vida, a la tierra, cuando María me sonreía coqueta y me mostraba su cuerpo moreno y me provocaba “calosfríos ignotos” con su andar de mujer entera. Pero lo que yo quería decir, amigas insumisas, amigas que se revelan contra los maridos mandones, era que yo deseaba fervientemente que las lluvias ya llegaran a este Valle, que los aguaceros se precipitaran sobre nuestra ciudad, que las aguas del cielo cayeran a cántaros y las gotas, al pegar en las azoteas, en los autos, en las cornisas, en las banquetas, en las baldosas, crearan ese concierto de pequeños golpes melódicos, y que además, las aguas nos refrescaran y se llevaran el polvo existente. Eso pensaba, pero luego María. al mostrarme sus pechos de ensueño, pensé que el agua que cayera con las lluvias, les cayera en las molleras a los políticos de este nuestro Mexicalpan de las Ingratas, que las gotas zumbantes les lavaron el cerebro a los diputados y a los senadores –sí, le atinó usted, amiga zapatista- esos que dicen que trabajan para el pueblo, eso que proclaman a los cuatro vientos que velan por el bienestar de las familias de la raza, esos que ganan fortunas –que nosotros, con nuestros impuestos les pagamos- y que han permitido que nos suban el gas, la gasolina, el predial, los huevos, la carne, las colegiaturas. Sí, remarcaba yo mis pensamientos, y me decía que el agua caída de allá, de arriba, les dieran en la cara para ver si con ese baño se les borrara el cinismo que tienen marcado con precisión inaudita. Marca indeleble –el cinismo- ganada a pulso por sus acciones en las que defienden todo, menos a México, menos a los mexicanos, menos a las familias campesinas, menos a los ejidatarios. Y allí está la historia. La historia de mi país no miente. Basta con ver la realidad del hoy horripilante y pripanista que padecemos. Sí, que la lluvia los bañe, les lave el cerebro y entiendan que están para servir –de a de veras- al pueblo. Ay, María, cómo extraño tu risa. ¡salud! Vale. Abur.