Sigue el baño de sangre. Miles de mexicanas y mexicanos sucumben a lo largo y ancho de la república otrora mexicana. La sangre vertida en la tierra es el común denominador al hacer el recuento de los acontecimientos. La víctimas inocentes yacen por decenas en los cementerios. Los deudos lloran y sus caras reflejan la rabia, el coraje infinito al comprobar la corrupción enorme que priva en la aplicación de la justicia. Y el señor que vive en Los Pinos sigue “gobernando” con discursos, con palabras, con promesas. Sí, ante esta cruel verdad ya ni llorar es bueno. Por eso cuando yo veo en el cielo las formidables formaciones de nubes, su blancura contrastando con el azul del infinito, mis ojos se llenan de una alegría milenaria. Cuando las lluvias caen en los campos y las aves cantan sus melodías ancestrales y cuando vuelan a otros árboles y que sus alas desplegadas nos muestran la libertad de su vuelo y su soltura y su belleza natural, eso, esa manifestación de la naturaleza me hace pensar que acá, abajo, en la tierra, los mexicanos estamos condenados a tener gobernantes corruptos y miserables, hombres y mujeres a los que la vida, la dignidad, la libertad, el honor, y los valores republicanos más puros, no son valores que guíen su acciones, no son valores que antepongan a los diseños de políticas sociales. No. Ellos diputados, senadores, presidentes han destruido el entramado social de la república y ahora, los sobrevivientes mexicas tenemos un país en donde la cultura del fraude, de la irresponsabilidad, del saqueo, de la corrupción, de la impunidad, sean los “valores” que están presentes en la vida diaria. Crímenes, asesinatos, robos, balas y metralla es la horrible realidad que todos los mexicanos confrontamos. Y la clase política gozando, claro está, de sus salarios, de sus bonos, de sus sueldos millonarios. Por eso, ante esa tragedia social que salta a la vista, yo, trabajador y antes de que me corra con patadas el presidente del trabajo, me subiré a la montaña del Ajusco, María estará conmigo y desde las alturas contemplaremos el vuelo de las águilas, el canto de los jilgueros. Tomaremos unos tragos de tequila y comeremos queso Cotija. Y claro, cuando una nube solitaria cubra nuestros cuerpos, la besaré con el amor que hace falta a los politicastros. Vale. Abur.