25 de noviembre 2009

El señor que habita en Los Pinos “ni suda ni se abochorna”. O, como otro innombrable decía: “Ni los veo ni los oigo”. Porqué, amigas insumisas, amigas no pripanistas, digo esto? Fácil, es más que sencillo ponerle el contexto a las frases arriba expuestas, sí, basta con ver a las miles de amas de casa, a las miles y miles y miles de niñas de los trabajadores del SME corridos, despedidos por el señor Calderón. Movilización va, movilización viene, marchan los contingentes de obreros, de trabajadores del campo, de estudiantes, de sindicatos en lucha; inician huelgas de hambre, sufren, son tratados como si fueran escoria social; los golpes mediáticos, los golpes de la policía, las declaraciones de los funestos y fascistas funcionarios calderonianos, todo este negro panorama se abate sin misericordia sobre las cabezas de esos mexicanos, que lloran, rabian sus penurias galopantes, y, como arriba digo el mister que vive en Los Pinos “ni suda ni se abochorna”, “ni los ve ni los oye”. Y esa es la tragedia de la clase trabajadora del país otrora mexicano: despidos, insultos, impuestos, cárcel, toletes, desprecio. Ah, pero la “honorable” Clase en el Poder gozando sus millones y millones y millones de dólares, disfrutando sus bonos, viajando por todo el mundo, hospedándose en hoteles suntuosos, tomando vinos principescos, comprándose sábanas y almohadas sultanescas, trepando a sus yates de ensueño, disfrutando de sus haciendas en donde caballos y perros comen mejor que los obreros electricistas. No, si le digo a usted, amiga zapatista, que ya los trabajadores no sentimos lo duro sino lo tupido, y que allá arriba, en las cumbres doradas de la burocracia polaca, sobra dinero, sobra comida, sobran autos estelares, sobra poder maquiavélico. Por eso, yo que soy de los de abajo, no me queda más que una solución, por fortuna maravillosa y mareadora de la realidad: María, si mi bella y dulce y venusina María, ella, como miles de mujeres electricistas, si no trabaja un día, ese día no come. Iré al encuentro de María a Mi Oficina, y nuestras penas las rociaremos con unos tequilas blancos y cuando el calor nos llegue al cuerpo, raptaré a María en mi cuaco retinto y la llevaré a gozar de los árboles y de las nubes y de las estrellas que todavía no sufren el acoso de la derecha fascistoide que acaba con el país…Digo, ¿No? Vale

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