Quisiera no ver lo pasa ni lo que ocurre en este golpeado México. Golpeado por las políticas neoliberales aplicadas con mano dura por el inquilino de Los Pinos. Y los golpes ¿quién los recibe?. Exacto: los trabajadores, las amas de casa, los estudiantes, los campesinos. Y ¿quién es el beneficiario? Le atinó: los grandes consorcios industriales, los ricos, la clase en el poder. Y eso que el señor Calderón decía en sus discursos de campaña que iba a ser el presidente del empleo. Que trabajaría por los más necesitados. Ver para creer. Por eso digo que el corazón de los mexicanos vuela por los aires, pues los golpes de marinos y soldados a la población son diarios y contundentes. Y ¿cómo se le llama a esa forma de aplicar las leyes, de ejercer la política? Le atinó usted, lectora insumisa: fascismo. Por eso pues, todos los mexicas, ahora, con la política del gran garrote que se instrumenta en toda la otrora república mexica, es que los corazones de las mujeres, de las niñas, salen volando por los volcanes, por las nubes y por las copas de los árboles, y vuelan derramando sangre, derramando rabia, derramando dolor, derramando el coraje de siglos de opresión y de injusticias. Esa es la realidad impuesta desde Los Pinos. Ante el uso de la fuerza, ante la brutalidad oficial y antes de que los garrotes y las balas militares me toquen, antes de eso me fui corriendo a Mi Oficina y al llegar, ¡oh! cielos, ¡oh! dioses. María, mi bella María, mujer que cura mis congojas y que también sufre las horribles políticas de los calderones y que sufre los golpes a su economía y también sufre al ver que los grandes ricos son los que reciben toda clase de consideraciones y los obreros sufren despidos y violaciones a sus derechos, María, digo, al verme con las lágrimas a punto de salir, me abrazó, me dio sus brazos y su amor puro y materno; me apretó contra su pecho, los latidos de su corazón de hembra morena clara, me calmaron un poco, me trajeron el anhelado sonido de la tranquilidad, de la anhelada paz. Luego me senté en mi mesa preferida. María me puso una ringlera de tequilas. Esa cara, esos ojos pispiretos y esa manos y ese pecho ardiente de María, impidieron que las lágrimas republicanas que amenazaba con desbordarse de mis ojos llenaran mi rostro. Ahora a esperar que el presidente del empleo deje sin trabajo a más compas. Digo ¿no? Vale. Abur.